Thursday, April 06, 2006

Isa y el iconoclasta

¿Qué genero de personas habitaron este lugar? ¿Qué caterva de gentes dedicó sus vidas –en un clima invernal inhóspito- a oradar las montañas y llenarlas de devotas pinturas a un dios que ni siquiera supo defenderles de las sucesivas invasiones que sufrieron?

"¿Se trataba de un pueblo perseguido, de pacíficos ascetas o de fanáticos religiosos?" –se preguntaba el extranjero.

Sólo sabemos, a partir de los libros, que la zona ya estaba habitada desde el 7.000 a.C. y que en la Edad de Bronce floreció también en este lugar de Anatolia el Imperio Hitita, un estado dedicado fundamentalmente al comercio que desarrolló impresionantes rutas. Posteriormente la zona fue disputada por Frigios y Lidios, dos pueblos indoeuropeos que adoraban a la diosa Cibeles. Hasta el último monarca de la saga de los Reyes de Capadocia que murió con Arquelao en el momento que su reino pasó a manos del imperio Romano, conducido en aquel momento, las últimas décadas antes del advenimiento del calendario crisitano, por Tiberio.

Capadocia sufrió de los vaivenes de Roma así como de la propagación de una religión de nueva factura diseminada por un histérico con delirios de grandeza: Pablo de Tarso. Entonces, monjes de Siria y Egipto comenzaron su retiro en las colinas de Capadocia.

El estatuto de los cristianos cambió totalmente cuando el emperador Constantino declaró la nueva religión oficial desde la Cólquide a las Galias. Los refugiados y perseguidos se convirtieron inmediatamente en opresores, lanzados en vendaval vengador a la supresión de toda cultura anterior. Sin embargo, las constantes incursiones de los persas, y posteriormente de los árabes, los arrojaron de nuevo a las cuevas y las ciudades subterrráneas. La progresiva decadencia de Bizancio facilitó a los turcos selyúcidas conquistar este pedazo de Anatolia; los monjes y las comunidades cristianas pudieron mantener sus tradiciones. Aún así siguieron aferrados a sus rocas.

Pero ¿por qué aislarse de tal manera en unos valles donde la vida sólo se ofrece en forma de renacuajos viñedos y pequeños arbolillos que crecen en los orificios de las rocas cuando, unos kilómetros montaña abajo corrían prósperas rutas comerciales?

Mientras la crisis abría un encendido debate entre las iglesias de oriente y occidente que discutían la procedencia o no de representar a los santos y al Señor –a nuestro extranjero parecíale una discusión aún no acabada-, legiones de iconoclastas se aprestaban a cumplir las órdenes de Leon III el Isaurio. El emperador bizantino había dispuesto la supresión total de las imágenes de Dios y sus acólitos y la primera etapa de la punitiva expedición no podía ser otra que las colonias de monjes de Capadocia.

Un eremita barbudo y analfabeto, cubierto con raídas pieles de carnero, mojaba sus manos en la húmeda tierra rojiza que rodeaba su cueva para preparar la pintura. La lluvia caía en el exterior como miles de lanzas de fina punta. En el interior de la cueva, la luz de una modesta linterna de pellejo y grasa iluminaba el gesto hosco del troglodita, aprendido solo, con la única compañía de otros ermitaños de gestos hoscos y pocas palabras. Pero la vela ardía con una llama oscura que lo impregnaba todo de un humo negro con penetrante olor a oveja, incrementando así el mal humor natural de su dueño. Con la manos rojas de barro comenzó a pintar cuadriculados gallos en la bóveda natural que formaba su oquedad, después continuó con las columnas que, con tanto trabajo, habían tallado sus anteriores ocupantes en inviernos ya pasados. Líneas zigzagueantes, cruces griegas… en un momento dado se detuvo en su tarea y dirigió su vista al exterior, donde una luz gris lo presidía todo. Desde la escarpada roca se divisaba el impresionante valle, allá abajo. Seguía lloviendo. El hombre acuclillado pensó con recelo en la nueva comunidad de iconodulios[1] que se había instalado recientemente en el hueco de una montaña vecina. Eran refugiados de Cesarea. No con menos ingenuidad infantil que los iconoclastas, los recién llegados dibujaban figuras antropomorfas, representando a la Virgen y a San Jorge. Aquellas imágenes profanas…

El extranjero caminó unos metros. Allá arriba, en uno de aquellos agujeros impracticables, debía haber vivido el fanático monje. La vista desde aquí también era impresionante: a sus pies se extendía un inmenso tablero de ajedrez, con una partida lista para ser empezada. “No -el extranjero se lo pensó mejor-. E3, F6, G5…”. Las figuras se hallaban a la deriva, cada una absorta en su propio combate, en una inextricable partida. Extraña como partida, pues todas las figuras parecían del mismo color, o semejante, y si perecían lo harían en lucha fratricida, del mismo modo que en la guerra verdadera. Como una inmensa metáfora la partida había quedado suspendida a la espera de que los grandes reyes del pasado despertaran y movieran ficha.

El extranjero caminó entre las figuras…

El soldado de Leon III avanzó espoleando su montura, dispuesto a terminar con la vida del monje iconodulio, que imploraba piedad a sus ídolos. Pero ese dios milenario que proteje sólo la vida de algunos detuvo con un fulmíneo rayo la trayectoria homicida de la espada. Los dos personajes, cada uno con sus culpas, quedaron así convertidos en piedra, tocados con sombreros de rocas de basalto, a merced de la erosión de las lluvias y de los siglos.

El extranjero corrió alarmado a la cafetería más cercana e intentó apagar, con un te de manzana ardiendo entre sus manos, los sofocos que le causaba tal sucesión de visiones mágicas. Pero las imágenes de los eremitas volvían sin cesar a su cabeza. Aquellas imágenes profanas, las disputas entre iconoclastas e iconodulios…

Las figuras antropomorfas y coloreadas habían enfurecido sin duda al Señor, quien devolvía la ofensa en forma de rayos y truenos. “Con seguridad mi dios geométrico –pensó el barbudo- no dejaría sin castigo a tan sacrilega comunidad”.

¿Y las mujeres? ¿Existían mujeres en las comunidades de Göreme y Zelve? La supervivencia de la especie y la propagación de las creencias así lo imponían. Pero el extranjero había tropezado con algunas figuras del demonio encarnado en formas femeninas, con esa misoginia habitual que caracteriza a los seguidores de las diferentes versiones del Libro.

“Ay, eremita –reflexionó más tarde el extranjero- al final no os quedo más remedio que entenderos”. Primero la devota Irene en el Concilio de Nicea y finalmente la emperatriz Teodora, en el siglo IX, pusieron fin a las disputas.

Al día siguiente, más calmado de sus sueños, el extranjero volvió a las rutas naturales tejidas a través de cientos de años de comercio racional. La carretera, en esos lugares, está trazada sobre una de las vías de la ruta de la seda, dejando a los lados restos mejor o peor conservados de caravasares y postas para el descanso de las reatas de burros y camellos.

Ahora la cruzan camiones cargados hasta el doble de su altura, cubierta la mercancía con lonas de plástico azul o verde, camino de la gran ciudad. Las casas, con la techumbre combada de la nieve invernal, se esforzaban en dar la mejor cara en su despedida del extranjero.



[1] Los partidarios de representar a los personajes de la Biblia como figuras humanas durante la crisis Iconoclasta.

2 comments:

Unknown said...

Andres, estaba leyendo un poco de Derinkuyu y de casualidad entre al blog..

Queria comentarte que me gusto esta nota.. de hecho la lei 2 veces y es como que me transporte al lugar..

Y lo que mas me quedo dando vueltas es la autopregunta del comienzo. "¿Qué caterva de gentes dedicó sus vidas –en un clima invernal inhóspito- a oradar las montañas y llenarlas de devotas pinturas a un dios que ni siquiera supo defenderles de las sucesivas invasiones que sufrieron?"

La cual varias veces me la he hecho.. Todas las culturas han pedido a sus diferentes dioses casi siempre lo mismo Paz, Proteccion, Sabiduria y Amor. Y creo que los dioses a respondido en cada cultura, y creo que lo que mas han dado los dioses no estaria en el plano terrenal.

sdos,
Fabricio

Andrés Mourenza said...

Ahí queda tu reflexión Fabricio, para que sean otros lectores los que la respondan.
Aún añadiré que recorriendo los también impresionantes monasterios de Meteora, en Grecia, me asaltó la misma pregunta. Aunque en ese caso sabemos más sobre sus habitantes, por sus escritos se desprende que eran monjes bastante fanáticos los que construyeron tales maravillas de la arquitectura.

un saludo desde Estambul