Monday, April 10, 2006

Derinkuyu (la vida en el fondo del pozo)

Era un pueblo de casas de barro, piedras o bloques de cemento, áquellas más modernas. Al extranjero, en cuanto llegó, le dio la sensación de estar a medio construir o a medio derruir. No sabía, pensó, pero algo parecía haberse quedado a medio terminar, en un estado un tanto comatoso. El pueblo se llamaba Derinkuyu y como la mayor parte de los nombres turcos, también éste tenía un significado bien claro: el pozo subterráneo.

Entonces lo supo, la enfermedad que padecía el pueblo. La había visto ya en otras zonas rurales de otros países. Se llamaba Paro.

El Paro en Derinkuyu es más un estado físico que laboral. En efecto, nada se movía. Los ancianos en los poyos, las aceras o los cafés. Las mujeres mayores cosían muñecas de trapo y lentejuelas para vender a los turistas. Sólo quedaban en el pueblo los más viejos, hombres y mujeres, y los niños de menor edad, correteando detrás de sus abuelas para ayudarles con sus ojos infantiles a vender la mercancia.

Parecía que al resto de las generaciones se las había llevado la guerra. O la ciudad. Seguramente intentaban ganarse la vida en los mercados de otros lugares para traer un poco de movimiento al Derinkuyu adormentado.

A cada autobús que llegaba, las viejas se movilizaban con pasos torpones de reúma y agitando las muñecas o las telas, para hacer negocio.

“Ahora no hay trabajo –le explicó una abuela gordota que, como el resto, vendía muñecas de trapo y lentejuelas- cuando la gente se acordaba de Asmalı Konak[1] venían más turistas y nos las cogían de las manos, ahora tenemos que ponérselas delante y aún así no las compran”.

Cobraban dos míseras liras por juguete.

El extranjero decidió cambiar su billete de veinte liras (12 euros) para comprarle una muñeca a la señora así que se dirigió a la taquilla de las casas subterráneas –un ingenio habitativo ideado por los hititas y reutilizado después por los cristianos- que además era el único negocio floreciente del pueblo. Pero aquel señor de afeitado diario se desentendía de la suerte de sus vecinos y no quería saber nada de canjear el dinero untado en la fortuna del turista con las desgraciadas monedas que guardan el destino desgraciado de los habitantes de Derinkuyu. No se puede culpar a nadie de no querer mezclar su destino mediocre con la suerte del desfavorecido, pensó el extranjero.

De tienda en tienda, probó su empresa infructuosamente. ¡Nadie parecía tener dinero suficiente para cambiar doce euros! Aquí dejó a deber un botellín de agua porque el tendero, un hombre pausado de dientes amarillentos, sólo tenía pequeñas monedas en su oscura tienda de ultramarinos. Allá no pudo pagar un paquete de galletas pues el charcutero tampoco disponía de cambio. Finalmente, un vendedor que daba la impresión de vivir más desahogadamente, realizó la transacción por otro botellín de agua.

“Pobre chiquillo, ¡a ver si se ha perdido!”, exclamaba la anciana cuando regresó el extranjero. Encomendándole a Dios, le agradeció la compra y se volvió a su puesto.

Pero en el pueblo no todo sabía a tristeza decadente. El aire que se respiraba olía fuertemente a paja y a grano. Y ese olor significaba que había animales que alimentar, que nacen, crecen y mueren. Vida. Aunque sea en el fondo del pozo.



[1] Serie televisiva turca de éxito que tenía lugar en un pueblo de la región, concretamente en Ürgüp

No comments: